Me sofoco, no salen las palabras, duele. Siempre duele.
El pecho impasible, inmóvil, no responde. La voz se corta, temblorosa, no vocaliza. Y si hago una pausa se siente el corazón palpitar al suave compás de un tambor dando sus últimos beats de euforia, donde solo quedan las vibraciones sutiles, casi imperceptibles al oído.
Y se va el aire, no se puede respirar.
Me invade una tristeza enorme. Llanto, sollozo. Mi cuerpo se depura, se suelta y deja salir toda esa melancolía.
Mi playlist parece entenderme y se lamenta conmigo.
Es como si me sumergiera en un mar de de profunda tristeza, donde los recuerdos se clavan en el pecho porque no quieren irse, porque quieren doler todavía más; como si su objetivo fuera mantener la herida fresca para no dejarme salir a respirar por un nuevo aire.
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