La maternidad duele.
Duele aún cuando los hijos no han llegado a este mundo, duele la ansiedad de que todo salga bien, duelen -y mucho- las contracciones; duele el parto y el post parto. Pareciera que no habrá dolores más intensos que aquellos que sentimos al traerlos al mundo y sabiamente olvidamos al poco tiempo.
Ser madre duele.
Duele cada desvelo, duele la incertidumbre de estar haciéndolo bien, duele verlos volcarse en llanto cuando los reprimimos, duele verlos batallar en una tarea en la que no son tan sobresalientes, duele cada uno de sus desencuentros amistosos. Duele verlos lidiar con sus propios demonios, algunos heredados -y esos duelen más- porque claro que hiere vernos reflejados en ellos con nuestros defectos más enfadosos.
Duele “saber tanto", quererlos guiar y no poderles evitar sufrimiento en el camino; porque entiendes que es un sendero que tienen que atravesar por sí mismos y a ti solo te queda acompañarles.
Duele verles estamparse una y otra vez en la misma pared y querérselas tumbar para que la puedan traspasar. Duele verlos decidir y tener miedo de que se equivoquen.
Duele dejarlos ir. Duele dejarlos ser.
Duele que tus decisiones, algunas veces incomprendidas, les imputen directamente.
Duele cuando les rompen el corazón. Duele que sufran por amores no correspondidos.
Duele verles batallar con sus defectos y miedos y saber que solo ellos tienen el poder de enfrentarlos.
Duele que crezcan y que aparenten “ya no necesitarnos” (tremenda falacia).
La maternidad es también un gozo maravilloso.
Gozo el sentirlos cuando crecen dentro de nosotros, y maravilloso el descubrir cómo al escuchar nuestra voz encuentran paz.
Gozo el verlos asombrarse con cada manifestación de algo nuevo, con cada logro alcanzado, con cada talento expresado, con cada muestra de independencia.
La maternidad ES MARAVILLOSA.
Cuando nos aleccionan con su inocencia, cuando nos demuestran que pueden más de lo que creíamos, cuando se descubren a sí mismos y no hay nada que los detenga.
La maternidad es gozo y plenitud al descubrirlos trazándose metas y cumpliéndolas, al verlos arriesgarse por aquello que desean, verlos cristalizar sus sueños, lograr todo aquello que su corazón anhela; verlos enamorados y entregando su mejor versión al ser amado.
La maternidad no tiene fin.
Así es, ser madre es para siempre.
No es un rol que se pueda traspasar, no es un cargo que alguien pueda sustituir, no es una tarea que sea posible abandonar; porque ser madre es preocupación, es ocupación y es donación.
Ser madre es sonreír con lo simple, es vibrar, conectar y emocionarse.
Es retarte a ti misma, es valentía, es descubrirte fuerte, invencible, audaz; porque por ellos TODO LO PUEDES.
Ser madre es gritar, es desesperar, es encontrar tu limite, es morderte la lengua, es soltar la verborrea de letanías, es jalarte los pelos, es llorar en los rincones de la casa, es mentar madres, es culparte por no ser buena madre. Es descubrir que puedes hacer cosas que no sabias. Es conocerte. Es aceptarte. Es aprender a amarte. Ser madre es satisfacción, es plenitud, es entrega, es dedicación, es responsabilidad, es desprendimiento. Ser madre es aprendizaje constante, es crecimiento personal, es acercamiento con Dios, es descubrimiento de uno mismo, es vencer nuestros miedos.
La maternidad es amor infinito e incondicional, sin tiempo ni espacio; porque el acto de amor más auténtico es la donación de uno mismo… y eso, justamente eso, es SER MADRE.
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